El culto al Sol es una de las costumbres ancestrales que los pueblos indígenas han conservado desde siempre, práctica que alcanzó un alto grado de desarrollo en el México prehispánico.
La mitología náhuatl consagró a Teotihuacán como la ciudad de los dioses, en donde éstos se reunieron después de la desaparición de los primeros cuatro soles que habían alumbrado al mundo, cuando el dios Nanahuatzin, débil y enfermo, se sacrificó arrojándose al fuego para convertirse en el quinto Sol, el sol del hombre náhuatl (nahui-ollin, cuatro movimiento), gracias al cual sigue existiendo la vida. Este es el sol actual, mismo que se sitúa en el centro, quinto punto cardinal, y se le atribuye a Huehuetéotl, dios del fuego, porque el fuego del hogar se encuentra en el centro de la casa.
De acuerdo a la concepción cíclica de los aztecas, creían que el mundo acabaría al final de uno de los ciclos de cincuenta y dos años. En la víspera del final de cada uno de estos periodos, atemorizados, intentaban aplacar a los dioses con ofrendas y sacrificios; y al no reproducirse la catástrofe volvían a encender los fuegos de sus hogares y reanudaban su vida normal.
Los pueblos indígenas conservan tradiciones y costumbres ancestrales que les han sido heredadas; una de las cuales es la celebración del nacimiento del V Sol, por lo que las instituciones responsables de perpetuar ese bagaje cultural, realizaron en el año de 1988 el primer Festival del V Sol en la Zona Arqueológica de Teotenango, del municipio de Tenango del Valle; actualmente esta actividad se desarrolla en diferentes sedes del Estado de México, propiciando con ello la apertura de espacios para el desarrollo de este tipo de actividades; así como, el reconocimiento por las tradiciones y costumbres ancestrales de los pueblos indígenas de la entidad, los cuales son la raíz de la identidad mexiquense.