Una de las celebraciones o ritos más importantes de nuestro país, que ha adquirido un significado de agradecimiento a las deidades, santos patrones y antepasados, por la salud y por la vida, es la del día de muertos, la cual expresa la fusión de dos tradiciones culturales: la hispana y la indígena, misma que coincide con el fin del ciclo agrícola, presentándose con ello la época de la abundancia y un espacio en el que comparten vivos y muertos.
En la época prehispánica para el pueblo náhuatl, existían dos fiestas dedicadas a este culto, la de Micailhuitontli o Fiesta de los Muertecitos, que se conmemoraba el noveno mes del calendario nahua y equivalía al mes de agosto del año cristiano; y la fiesta grande de los muertos, celebrada el décimo mes del año. Estas fiestas además de dedicarse a los muertos, también eran propicias para la agricultura, dado que en agosto los indígenas temían la muerte de las tierras sembradas debido al hielo, se prevenían con ofrendas y sacrificios a sus dioses; después de la conquista dejaron de hacerlo en agosto, para así disimular que celebraban sus festividades y aparentaron celebrar las festividades cristianas.
En la actualidad, el culto de los pueblos indígenas a sus antepasados se encuentra cargado de religiosidad y misticismo, es el caso de las ofrendas, en las cuales destacan la recepción y despedida de las ánimas, la colocación de las ofrendas o altares de muertos, el arreglo de las tumbas, la velación en los cementerios y la celebración de los oficios religiosos.
Derivado de la importancia que encierra esta celebración al interior de las comunidades indígenas de la entidad, el Consejo Estatal para el Desarrollo Integral de los Pueblos Indígenas del Estado de México, en participación de instituciones públicas y educativas, desde 1994, ha realizado el montaje de ofrendas monumentales en diferentes espacios de la ciudad de Toluca y Valle de Bravo, como parte del fortalecimiento de las costumbres y tradiciones de los pueblos indígenas del Estado de México.